La envidia es mil veces más terrible que el
hambre,
porque es hambre espiritual.
Miguel de Unamuno
El joven discípulo de
un filósofo sabio llega a su casa y le dice:
-Maestro, un amigo
estuvo hablando de ti con malevolencia…
-¡Espera! -lo
interrumpe el filósofo-. ¿Hiciste pasar por las
tres rejas lo que vas a contarme?
-¿Las tres rejas?
-preguntó su discípulo.
-Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que
lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
-No. Lo oí comentar a
unos vecinos.
-Al menos lo habrás
hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas
decirme, ¿es bueno para alguien?
-No, en realidad no. Al
contrario…
-¡Ah, vaya! La última
reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme
saber eso que tanto te inquieta?
-A decir verdad, no.
-Entonces… -dijo el
sabio sonriendo-, si no es verdad, ni bueno ni necesario, sepultémoslo en el
olvido.
Las relaciones humanas
serían mucho más sanas si antes de hacernos eco de algo lo pasásemos por las
rejas de la verdad, de la bondad y de la necesidad. A todos nos cuesta usar estos tres
principios ante las habladurías pero es que hay personas realmente incapaces de
contener sus deseos de crítica y
de recrítica. ¿Qué hay detrás de todo esto? La oscuridad de la envidia y su
terrorífica cueva.
La envidia es el virus
más letal que conozco, arruina relaciones, anula sensaciones, emociones y
personas. Me parece verdaderamente peligrosa simplemente porque todos podemos
caer en sus garras, pues está tan extendida que ha alcanzado el nivel depandemia. Ante este hecho
cobra especial relevancia la posibilidad de vacunarnos tanto de sentirla como
de sufrirla.
Tras el embrujo de la
envidia, las malas lenguas y las habladurías se oculta un terrible
demonio que no se apiada de nosotros: la falta de autoestima y de amor propio. La mejor arma
que tiene la envidia para atacarnos es predisponernos
a una comparación desventajosa.
De sobra es sabido que toda
comparación es odiosa, entre otras razones porque es una forma
de exponernos a la imagen de nuestras frustraciones y que nos las devuelva
nuestro espejo en modo lupa. En
otras palabras, lo que codiciamos nos destruye porque demoniza la consecución de las
aspiraciones que aún no hemos alcanzado sin dejarnos prestar atención a las
virtudes que ya son nuestras.
Además, la envidia saca
a la luz el lado más oscuro y tenebroso del ser humano, que no
es solo la falta de amor a uno mismo, sino que constata una de las verdades más
incómodas de la humanidad: la condena al talento y al éxito ajenos. Es
más fácil canalizar la frustración hacia el juicio y la crítica que el hecho de
reconocer nuestro complejo de inferioridad.
Es bastante común que
nos preguntemos sobre la razón por la que envidia el envidiosopero
solemos minusvalorar el lastre que esto supone para el envidiado.
El que otros te envidien es un verdadero padecimiento, te aleja de la realidad
y te genera desconfianza.
Hay ciertos momentos en
los que las personas
envidiadas ya no saben
quiénes son sus amigos o sus enemigos, en quiénes puede confiar e incluso
comienzan a cuestionarse si su éxito les pertenece o es ingrato como afirman
las malas lenguas. Esto
puede incluso fomentar que un sentimiento victorioso se convierta en una cadena constante
de inseguridades y penurias.
Estoy segura de que no
vamos a conseguir erradicar la envidia pero igual sí que podemos atenuarla. De
entrada pasemos a nuestros pensamientos y acciones los
filtros que hoy hemos conocido (la verdad, la bondad y la necesidad),
trabajemos en un sentimiento propio de amor e identidad y generemos una vida
interior que nos dificulte interesarnos de forma maliciosa por los éxitos y fracasos de los demás. Y, desde luego, usemos
el foco de luz que genera nuestra envidia para fomentar esos logros que aún
tenemos que madurar.
En cuanto a superar el
daño que supone el hecho de “ser el envidiado” lo cierto es que requiere de cierta
experiencia previa y no podemos empezar la casa por el tejado. Conocemos que
hay algunos acontecimientos que suscitarán comparativas y que toda nuestra
grandeza es capaz de resaltar las pequeñeces de los demás, tal y como sucede a
la inversa.
Así es que, sabiendo
esto, permitámonos saborear nuestras virtudes de una forma diferente: mostrando
a los demás que lo pueden conseguir, para que así se entretengan en intentarlo
y nosotros en echarles una mano. Porque así como la
avaricia y la envida nos destruyen, la admiración nos construye.

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